Cuatro lugares donde la terapia de pareja se decide.
Situaciones donde la terapia de pareja se pone a prueba
Hasta aquí hemos visto los dos extremos: cuándo la terapia de pareja puede ser útil y cuándo no sirve en absoluto. Pero la vida no suele presentarse en términos tan claros. La mayoría de las parejas llegan a consulta en un territorio intermedio, con dudas que no se resuelven con una respuesta simple de “sí sirve” o “no sirve”.
Son esas situaciones límite, donde el dolor o la confusión empujan a buscar ayuda, pero sin certezas de hacia dónde ir. Ahí la terapia no actúa como una receta, sino como un espejo que amplifica lo que ya estaba pasando: deja ver lo que se evita en casa, corta la inercia de seguir como si nada, obliga a poner palabras a lo que pesa.
En la práctica, hay escenarios que se repiten una y otra vez. No porque las parejas sean todas iguales, sino porque ciertos conflictos tocan fibras muy profundas: el miedo a ser abandonado, la rabia ante una traición, la tentación de esconderse tras la rutina, la dificultad de sostener un vínculo cuando el apego aprieta en direcciones opuestas.
Por eso tiene sentido detenerse en cuatro de los casos que con mas frecuencia me llegan a Terapia de Pareja. No son los únicos, pero muestran con claridad hasta dónde puede llegar la terapia… y hasta dónde no.
Cuando uno no quiere ir
Es uno de los casos más comunes: una persona quiere intentarlo y la otra se niega. Lo habitual es disfrazarlo con frases suaves: “no lo necesito”, “no creo en esas cosas”, “no me apetece ahora”. Pero el mensaje de fondo es claro: no quiero mirar lo que pasa.
Aquí la terapia de pareja se convierte en espejo incómodo: la negativa ya es un dato. Quien rechaza participar está diciendo que no quiere poner energía en el vínculo. Puedes quedarte esperando a que cambie de idea, pero lo más probable es que esa espera dure años.
La pregunta real no es “cómo convencer a mi pareja de venir”, sino “qué significa para mí que no quiera venir”. Porque aceptar sentarse es un mínimo gesto de implicación. Y si ni siquiera eso ocurre, quizá lo importante no es la terapia, sino tu decisión de no seguir esperando.
→ Leer más sobre terapia de pareja cuando uno no quiere ir
Tras una infidelidad
Pocas heridas golpean tanto como una infidelidad. El dolor inicial se mezcla con rabia, humillación, dudas y, a veces, con un deseo confuso de seguir. La terapia de pareja puede ser útil aquí, pero no en el sentido de “recuperar la confianza como si nada hubiera pasado”.
Lo que se trabaja no es el perdón automático, sino la decisión: ¿queremos reconstruir algo nuevo o queremos cerrar? La confianza rota no se repara con ejercicios, sino con tiempo, actos consistentes y una elección clara de ambos.
A veces la terapia ayuda a cortar sin hundirse en reproches eternos. Otras veces ayuda a empezar de nuevo desde un terreno más honesto. Pero nunca puede devolver lo que había antes: tras una infidelidad, la pareja no vuelve a ser la misma, y ahí está la clave.
→ Ver cómo trabajo en terapia de pareja tras una infidelidad
Cuando la convivencia está rota
Muchas parejas llegan a este punto: comparten casa, gastos, rutinas, pero ya no se sienten pareja. Son compañeros de piso que apenas se tocan ni se cuentan nada íntimo. Se mantiene la convivencia porque es práctica, porque da miedo romper, o porque hay hijos en común.
La terapia puede poner palabras a esa distancia. Señalar que lo que se llama “convivencia estable” en realidad es resignación. Puede ayudar a decidir si hay voluntad de reconstruir algo o si solo se sostiene la fachada.
El riesgo de estas relaciones es que pueden durar años así: sin peleas graves, pero sin vida. La terapia sirve si alguien quiere sacudir esa inercia. Si ambos solo quieren seguir cómodos en la rutina, lo único que hace la sesión es describir una jaula compartida.
→ Profundizar en Terapia de pareja cuando la convivencia está rota
Terapia de pareja basada en el apego
Cada vez más personas llegan con esta pregunta: “¿y si lo nuestro tiene que ver con el apego?”. Tiene sentido. Los estilos de apego influyen en cómo nos vinculamos: uno huye, otro se aferra, otro mantiene distancia fría.
Una terapia de pareja basada en el apego no consiste en poner etiquetas, sino en entender cómo esos patrones moldean la relación. Ayuda a ver que no se trata de que “uno sea malo y el otro bueno”, sino de dinámicas repetidas: el que persigue y el que se esconde, el que exige y el que calla.
Trabajar desde el apego da perspectiva: muestra que muchas peleas no son sobre lo que parecen (horarios, dinero, tareas), sino sobre miedo a ser abandonado o a perder libertad. No resuelve todo, pero abre un camino más profundo que las técnicas superficiales.
→ Descubrir qué significa terapia de pareja basada en el apego
Dónde dar el paso
Llegados a este punto, lo esencial ya no es entender más, sino decidir qué hacer con lo que entiendes. La terapia de pareja no es un manual de instrucciones ni un salvavidas garantizado. Es un espacio donde lo que estaba escondido se pone sobre la mesa, y donde cada uno tiene que mirar qué quiere sostener y qué ya no.
Quizá, al leer esta guía, te reconozcas en alguna de las situaciones: la pareja que no quiere venir, la herida de una infidelidad, la convivencia que se ha vuelto rutina sin vínculo, o la sensación de que todo se repite por los patrones de apego. Quizá también veas que no encajas en ninguno de esos casos de forma exacta, pero intuyes que hay algo que no puedes seguir dejando pasar.
El paso no es entenderlo todo, sino decidir empezar a moverlo. Y ese movimiento no tiene por qué ser grandilocuente: puede ser una primera sesión, donde lo único que se haga sea sentar el tema en la mesa y ver qué queda en pie cuando se dice en voz alta.
Si quieres hacerlo, puedes reservar una sesión conmigo:
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Lo que ocurra después de dar ese paso no lo sé. Lo que sí sé es que seguir en el limbo solo desgasta.
Trabajo online con parejas en distintos lugares, la base es la misma: un lugar honesto donde mirar de frente lo que pasa entre vosotros.
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