Apego y sexualidad: qué pasa cuando el cuerpo se apaga

Cuando el sexo ya no es solo sexo

Al principio parecía fácil.
Te gustaba. Te atraía. Había ganas.

Pero algo cambió.
Y ya no sabes si el problema es el deseo, el vínculo o tú.

No es que no quieras tener sexo.
Pero cuando estás con alguien, el sexo se enreda.
A veces lo necesitas para sentirte querido.
A veces lo usas para evitar hablar.
A veces desaparece… y no sabes cómo volver a empezar.

Y lo peor:
no puedes hablarlo sin que suene a reproche, a presión o a rareza.

El sexo ya no es solo físico.
Se ha llenado de ansiedad, de miedo, de dudas, de distancia.
Y aunque no lo digas, lo sientes.
Cada vez que pasa… o que no pasa.

No sabes qué está fallando.
Pero sabes que algo no cuadra.

Lo que no se suele decir: el sexo no arregla nada

Tener sexo no soluciona la distancia.
Ni confirma que te quieren.
Ni tapa lo que ya no fluye.

Y no tenerlo tampoco es el problema en sí.
Hay parejas que casi no tienen sexo y están bien.
Y otras que lo tienen a menudo y están rotas por dentro.

El sexo, cuando se enreda, no es solo por deseo.
Es por lo que se carga encima:
la presión, la inseguridad, el miedo a perder al otro.

Muchas veces no estás buscando placer.
Estás buscando calma.
O asegurarte de que no te van a dejar.
O evitar una conversación que sabes que va a doler.

El cuerpo lo siente.
Y empieza a cerrar.
Aunque no quieras.

Si usas el sexo como prueba, como consuelo o como escudo,
solo estás alargando lo inevitable.
Y te estás desconectando de ti.
Y del otro.

Cuatro formas de enredarlo todo

1. El que lo evita

Tiene sexo, pero sin hablar.
Sin mirar. Sin quedarse después.

A veces pasa semanas sin tocarte.
Y cuando lo hace, es rápido, mecánico o sin afecto.

Dice que está cansado.
Que no es su momento.
Que tiene la cabeza en otra parte.

Y tú te adaptas.
No presionas. No reclamas.
Pero por dentro, te sientes rechazado.

El sexo se ha vuelto un recordatorio de lo lejos que está.
Y cada vez cuesta más no tomártelo como algo personal.

2. El que lo usa para calmar

Después de cada discusión, te busca.
No para hablar. Para tener sexo.
Como si eso borrara lo que pasó.

Y tú entras. Porque también necesitas algo.
Contacto. Confirmación. Calma.

Pero sabes que no está resolviendo nada.
Estáis usando el cuerpo para evitar lo que duele.
Y cada vez cuesta más sentir que es real.

3. El que lo necesita como prueba

Cada vez que hay sexo, se siente querido.
Cada vez que no, entra el miedo.
El cuerpo se convierte en el único idioma que entiende como afecto.

Y si no hay ganas, si el otro no busca, si algo cambia…
la inseguridad se dispara.
Se siente menos. Se siente abandonado.
Y entonces lo busca más.
No solo por deseo. Por miedo.

4. El que lo necesita para sentirse válido

No busca solo placer.
Busca reafirmarse.

Sentirse deseado.
Sentir que aún vale.
Que aún gusta. Que aún sirve.

Puede tener sexo con frecuencia, incluso con varias personas.
Pero al final se queda igual: con hambre emocional.

A veces no quiere, pero accede.
A veces se esfuerza más de la cuenta, esperando que el otro se quede.
A veces usa el sexo para tapar una autoestima hecha polvo.

No siempre lo sabe.
Pero si no hay deseo del otro, se siente rechazado.
Y si lo hay… tampoco se calma del todo.

Porque el vacío que intenta llenar no se llena con contacto físico.

Cuando ya no hay sexo. Y no lo decís.

No es que haya bajado el deseo.
Es que ha desaparecido.

Pasan los días.
Las semanas.
Los meses.
Y no pasa nada.

Nadie lo nombra.
Nadie lo busca.
Y cuando alguien lo intenta… algo se congela.

No habláis de ello.
Porque sabéis que si lo habláis, se rompe la calma falsa.
Porque ya no sabéis si es el deseo, la relación o vosotros.

Y entonces seguís.
Sin tocaros.
Sin miraros.
Como si el cuerpo fuera neutro.
Como si el silencio no doliera.

Pero duele.
Aunque nadie lo diga.
Duele sentir que ya no hay piel.
Que ya no hay ganas.
Que se ha apagado algo…
y que quizá no vuelva.

Esto no es moral.
Ni un deber.
Ni una cifra que hay que cumplir.

Pero si no hay sexo, si no hay roce, si no hay deseo compartido…
al menos que haya verdad.

Porque vivir en pareja, y sentirse solo en la cama,
desgasta más que estar solo del todo.

No parece grave. Pero lo es.

Hay frases que escuchas…
y algo se te encoge por dentro.
Pero no sabes por qué.

Te dicen cosas como:

– “Yo no soy tan sexual.”
– “Ahora no tengo la cabeza en eso.”
– “El sexo no es tan importante, lo que importa es el amor.”
– “Tú siempre quieres.”
– “A ti solo te importa eso.”
– “Estamos bien así, ¿no?”

Y tú dudas.
Te haces el fuerte.
Te convences de que no es para tanto.

Pero luego vienen los silencios.
Los “mañana”.
Los “estoy cansado”.
Los “mejor otro día”.

Y sin darte cuenta, dejas de intentar.
Dejas de pedir.
Dejas de sentir.
Y lo más jodido: dejas de desear.

Porque nadie puede mantener el deseo si cada vez que aparece, lo frenan.
Y tú también empiezas a apagarlo.
Para no incomodar.
Para no parecer pesado.
Para no sentir rechazo.

Así es como se rompe algo.
No con una gran pelea.
Con pequeñas renuncias diarias que nadie nota.
Hasta que ya no hay nada.

Esto no va de sexo. Va de vínculo.

Si estás aquí buscando técnicas, posturas o ideas para reactivar el deseo…
este no es tu sitio.

Esto no va de rendimiento.
Ni de frecuencia.
Ni de trucos.

Va de mirar qué papel está jugando el sexo en tu relación.
Y si os está uniendo…
o separando sin que os deis cuenta.

No es un problema de libido.
Es una forma de protegerse.
De validar(se).
De evitar(se).
De olvidarse.

Y si no lo ves, lo repites.
O lo aceptas como si fuera normal.
Y no lo es.

Una relación sin deseo puede seguir.
Pero una relación donde ya no hay cuerpo compartido,
donde cada uno se encierra en su mundo,
donde el contacto se ha vuelto tensión o vacío…
necesita algo más que comprensión.

Necesita verdad.

frente al miedo

Frente al MIEDO

No es amor lo que te ata, es miedo.
Y si no lo cortas, seguirás en pausa.
Moverte no es fácil, pero quedarte igual es rendirte.
Y si te quedas, que sea porque eliges, no porque no te atreves a decidir. Dejar de obedecer al miedo →


Lo que encontrarás en esta sección

El apego no se queda en lo que sientes.
Se cuela en cómo eliges, cómo discutes, cómo cedes… y cómo aguantas.

Si estás en pareja, si quieres estar, o si no sabes qué hacer con lo que tienes, estos textos te van a tocar.

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