Duelo tras una ruptura: no se cura con tiempo ni con perdón

No puedes soltar solo dejando pasar los días.
No puedes perdonar solo entendiendo lo que pasó.
Este no es un texto para que te sientas mejor.
Es para que veas por qué sigues sin poder escapar.
Y qué tienes que dejar de esperar si de verdad quieres salir.
Te dicen que el tiempo cura.
Que solo hay que dejarlo pasar.
Que un día te despertarás mejor.
Pero no.
No es verdad.
El tiempo no hace nada si tú no haces nada.
Solo lo alarga.
Solo lo enfría.
Solo lo vuelve más confuso.
Hay duelos que no avanzan porque estás esperando a que algo fuera de ti cambie:
que vuelva,
que entienda,
que te reconozca,
que pida perdón.
Y mientras esperas, no haces duelo.
Solo te congelas.
Solo repites lo mismo por dentro, una y otra vez.
Por qué no puedes hacer el duelo y acabar con esto
El nudo no se va solo. Hay que cortarlo.
Porque el duelo no empieza mientras esperas.
Si haces eso solo se congela.
No es que no puedas soltar.
Es que sigues esperando que algo lo cierre bien.
Una explicación.
Una disculpa.
Una escena final donde todo encaje.
Pero eso no llega.
Y cuanto más lo esperas, más se enquista.
No lo dices.
Pero en el fondo estás ahí, esperando un gesto.
Algo que te permita decir:
“Vale, ahora sí puedo pasar página.”
Y como no llega, sigues.
Con el mismo nudo.
Con la misma pregunta.
¿Qué fue todo eso?
¿Y por qué no termina nunca?
Leire no entendía por qué seguía esperando.
Él la había bloqueado de todos lados.
Después de insultarla.
Después de gritarle que estaba loca.
Después de desaparecer una semana entera sin decir nada, y volver como si nada.
Después de romperle el móvil contra la pared.
Pero ella seguía ahí.
No le escribía. No lo buscaba.
Pero no soltaba.
Seguía repasando la última conversación.
Pensando si había exagerado.
Si tal vez fue su culpa.
Si él tenía razón y solo estaba demasiado sensible.
Se pasaba las noches imaginando que él recapacitaba.
Que volvía distinto.
Que pedía perdón.
Que por fin decía: “Tenías razón. Te hice daño.”
Pero no pasaba.
Y cada día que pasaba sin eso, dolía más.
Porque ya no era solo el daño.
Era el silencio.
El abandono sin explicación.
No quería volver con él.
Pero quería que él volviera para cerrar bien.
Y por esperar eso, seguía atrapada.
El perdón no siempre ayuda (y no es obligatorio)
No todo se cura perdonando.
A veces perdonar antes de tiempo es una trampa.
Una forma de no sentir lo que dolió.
Perdonar de verdad no niega. No minimiza.
No limpia la rabia que no te has dejado sentir.
Si no puedes perdonar, no fuerces.
No expliques. No tragues.
A veces, lo más sensato no es perdonar.
Es decir: “Esto me dolió hasta el infinito. Y punto.”
El perdón no es obligatorio. Ni siempre libera.
Hay veces que sí.
Que perdonar te suelta.
Que lo haces y sientes que algo se afloja por dentro.
Pero otras veces no.
O no aún.
O no de esa forma.
Y está bien.
Porque hay momentos en los que el perdón se convierte en un mandato.
Una exigencia moral.
Una especie de escalón que “hay que subir” para estar bien.
Y tú no estás para subir nada.
Estás en un pozo.
No sabes cómo se sale.
Y con una parte de ti que aún no entiende cómo acabaste ahí.
Y entonces te lo tragas.
Te tragas la rabia, la decepción, el asco incluso.
Te dices que ya pasó.
Que no quieres cargar con eso.
Que perdonar te hace bien.
Pero por dentro no has perdonado.
Ni puedes.
Ni debes aún.
Porque a veces, perdonar demasiado rápido es otra forma de no sentir.
De no mirar.
De no responsabilizar al otro por lo que hizo.
Y no hablamos de venganza.
Hablamos de dignidad.
De poder decir:
“Esto no estuvo bien. Me trató como a una mierda
No merecía ese trato.
Y no necesito perdonar para saberlo.”
El perdón no debería ser una forma de negar lo que dolió.
Ni una excusa para silenciar la frustración.
Si perdonas, que sea desde un sitio limpio.
No desde el miedo a sentir.
No desde la presión por “cerrar bien”.
Y si no puedes perdonar…
no pasa nada.
No tienes que forzarlo.
No tienes que explicarlo.
No tienes que compartirlo con nadie.
No todos los dolores se curan perdonando.
Algunos solo se sueltan cuando decides no cargar con ellos más.
No por compasión.
Sino por claridad.
Porque no quieres seguir arrastrando algo que no es tuyo.
Cómo saber si estás en un bloqueo en el duelo
– Sigues repasando la última conversación.
– Imaginas una escena final que nunca llega.
– Buscas entender qué pasó.
– Te cuesta dejar de pensar en el otro aunque no quieras volver.
Si todo esto sigue… no estás soltando.
Estás esperando.
🜂 Soy tu sistema de apego
Sigues atrapado, pero no por lo que pasó.
Sino por lo que aún esperas.
Una disculpa. Una escena. Algo que cierre.
Y te pregunto ahora…
¿Vas a seguir esperando algo que no llega?
Entonces no estás en duelo.
Estás en pausa.
Y el tiempo no te está curando.
Solo te está congelando ahí dentro.
El dolor no se va.
Pero deja de mandar.
Porque soltar no es alivio.
Es dejar de esperar.
Aunque no te pidan perdón.
Aunque no encaje nada.
Soltar no es entender. Es dejar de esperar.
No necesitas entender por qué fue así.
No necesitas saber qué sintió el otro.
Ni si se arrepiente.
Ni si piensa en ti.
Todo eso puede que no lo sepas nunca.
Y aun así, puedes soltar.
Porque soltar no es tener todas las respuestas.
Es dejar de hacerte las mismas preguntas.
Es aceptar que no va a llegar ese mensaje.
Que no va a haber escena final.
Que no se va a abrir esa conversación donde, por fin, todo encaje.
No hay cierre perfecto.
No hay frase mágica.
No hay un momento claro en el que digas:
“Ya está. Ya no duele.”
A veces solo pasa que un día dejas de mirar el móvil.
O te das cuenta de que llevas horas sin pensar en esa persona.
Y no sabes cómo ha ocurrido.
Solo sabes que ya no estás ahí.
Eso es soltar.
No cuando todo se resuelve.
Sino cuando decides que no quieres seguir esperando.
Ni una explicación más.
Ni un cambio.
Ni un gesto.
Solo eso.
No quiero seguir esperando.
Y ya.
¿No puedes con esta ruptura?
Puedes seguir dándole vueltas.
O hablar con alguien que te ayude a moverte de verdad.
Trabajo con personas que no saben cómo soltar, pero tampoco quieren seguir así,
→ Cerrar sin mentirte
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