¿Debería Seguir o Terminar mi Relación de Pareja?

No sabes si seguir.
Pero tampoco sabes si irte.
Y por mucho que lo hablas, no lo tienes claro.
Porque si lo tuvieses, ya lo habrías hecho.
No es que estés fatal.
Pero algo no cuadra.
Algo en ti está apagado.
O en guardia.
O esperando algo que nunca llega.
Y da igual si fue bonito al principio.
Da igual si a ratos funciona.
Da igual si hay cariño.
O si no hay peleas.
Porque hay algo más fuerte que todo eso:
la sensación de que no puedes seguir igual.
Pero te da miedo soltar.
Te da pena tirar todo lo que habéis vivido.
Te da vértigo imaginar tu vida sin esa persona.
Y te asusta equivocarte.
Mucho.
Así que haces lo de siempre:
Esperar.
Dudar.
Pensar que quizá mañana lo verás más claro.
Pero no lo ves.
Y el tiempo pasa.
Y tú sigues ahí, medio dentro, medio fuera.
Esto no va de decidir con la cabeza.
Tampoco con el corazón.
Esto va de otra cosa.
De mirar de frente desde dónde estás eligiendo seguir.
Y si eso te representa.
O te estás perdiendo.
Escila y Caribdis
En la Odisea hay un tramo que no se recuerda como hazaña, sino como advertencia.
Ulises debe atravesar un estrecho donde ningún navegante sale indemne.
A un lado aguarda Escila, la criatura que devora a quienes se acercan demasiado.
Al otro, Caribdis, el remolino que engulle barcos enteros y los devuelve convertidos en silencio.
No existe el camino seguro.
No existe la travesía sin pérdida.
No existe la opción que no duela.
Ulises hace lo que cualquier mortal haría: busca la decisión correcta.
Circe le responde sin piedad ni consuelo:
“Si intentas esquivar ambos peligros, pereceréis todos.
Si eliges uno, al menos seguiréis avanzando.”
No era consuelo.
Era una ley de la vida:
cuando dos fuerzas opuestas tiran a la vez, no se neutralizan; te rompen.
Por eso quedarse quieto no es prudencia, es rendición.
Ulises no escogió lo perfecto.
Escogió lo posible.
Perdió algo, sí, pero no perdió el barco.
Y pudo continuar porque entendió esto:
la parálisis exige un precio mayor que cualquier decisión.
Lo que te retiene no siempre es amor
A veces te quedas porque aún amas.
Pero muchas veces no.
Te quedas porque no sabes soltar.
Porque crees que fuera de ahí no hay nada.
Porque duele menos aguantar que enfrentarte a estar solo.
Eso no es amor.
Es miedo.
Y el miedo no se nota.
Se disfraza.
Parece lógica.
Parece paciencia.
Parece compromiso.
Pero en realidad es otra cosa:
una alarma que se activó hace tiempo y no ha dejado de sonar.
Marta lo sabía desde hacía años.
Pero cada vez que pensaba en dejarlo, sentía un nudo en el estómago.
Se decía: “Cuando está bien, es maravilloso.”
Pero lo bien duraba dos días. Y lo mal, semanas.
Y ahí seguía. Esperando que él cambiara. Que ella cambiara.
Que algo cambiara.No lo decía en voz alta.
Pero vivía con miedo.
Miedo a equivocarse.
Miedo a quedarse sola.
Miedo a mirar el vacío.
Así que prefería el dolor conocido.
Rubén no discutía.
No gritaba.
No se iba.
Pero tampoco estaba.Cuando ella se acercaba, él se cerraba.
Y lo llamaba “necesitar espacio”.No lo hacía por hacer daño.
Simplemente no sabía estar cerca sin sentirse invadido.
Así que se alejaba.
Y volvía solo cuando ella ya había dejado de insistir.No era cruel.
Pero tampoco era hogar.
Y ella lo sentía.
Aunque no pudiera explicarlo.
Nuria no estaba mal.
Tenía una relación estable.
Una familia montada.
Todo en orden.Pero hacía años que no se emocionaba.
Ni con él. Ni con nada.A veces se preguntaba qué pasaría si un día se fuera.
Si él se daría cuenta.
Si alguien lo notaría.
Si ella misma sentiría algo.Y un día, volviendo a casa, pensó:
“¿Y si esto es todo?”Se sentó en el coche, en silencio.
Y supo que no podía seguir así.
No por rabia.
Por dignidad.No gritó.
No huyó.
No buscó a nadie más.Solo decidió.
Y se fue.
Lo que te ata no siempre es amor.
A veces es miedo.
A veces es costumbre.
Y a veces es que hace tanto que dejaste de mirar…
que ya no sabes lo que estás viendo.
¿Te está alimentando la relación o te está vaciando?
No se trata de que duela o no duela.
Se trata de si hay algo que siga vivo.
Algo que se sostenga sin excusas.
Algo que, incluso en los días malos, siga siendo real.
Porque cuando ya no lo es, lo sabes.
Aunque tardes en admitirlo.
Aunque sigas justificando.
Señales de relación que sí sostiene
- Puedes hablar sin miedo a que te juzgue o te castigue.
- Sabes que, aunque discutáis, hay respeto.
- Hay deseo. No todos los días. Pero no está muerto.
- Puedes ser tú. Sin sentir que estás estorbando.
- Os cuidáis, incluso cuando estáis cansados.
- Hay proyecto. No solo rutinas.
- Sientes que puedes crecer ahí, no encogerte.
Señales de relación agotada
- Estás todo el día pensando si deberías irte.
- Hablas menos para no discutir.
- Hacéis planes sin ilusión.
- Sientes que das más de lo que recibes.
- Te conformas con poco.
- Piensas más en lo que fue, que en lo que es.
- Fantaseas con otra vida. Pero no haces nada.
Preguntas que ubican
- ¿Qué parte de ti ha dejado de aparecer en esta relación?
- ¿Estás esperando que pase algo que ya sabes que no va a pasar?
- ¿Si hoy se rompiera todo, te sentirías aliviado o destrozado?
- ¿Estás aquí porque quieres… o porque no te atreves a irte?
No se trata de encontrar razones para dejarlo.
Ni de forzarte a seguir.
Se trata de mirar sin disfraz.
Y si duele mirar, es porque ya llevas mucho tiempo evitando ver.
No eliges desde tu estilo de apego. Eliges desde tu miedo o desde tu verdad
Da igual si eres ansioso, evitativo o lo que sea.
Eso explica cosas, pero no decide por ti.
Lo que decide es el motor que llevas dentro.
Y ese motor puede cambiar.
Incluso dentro del mismo vínculo.
Incluso en la misma semana.
Hay tres motores. Solo uno te deja en paz.
1. El motor miedoso
Eliges quedarte porque temes quedarte solo.
O eliges irte porque temes que te atrapen.
No decides. Reaccionas.
Marta actuaba así.
Seguía con él solo por miedo a no tener a nadie.
No había deseo. Ni plan. Ni alegría.
Solo miedo al vacío.
2. El motor blindado
Parece que decides con fuerza. Pero en realidad te cierras.
No miras. No sientes. Solo haces lo que te protege.
Eres tú el que se va antes de que te duela.
O el que se queda, pero sin exponerse nunca.
Como Rubén.
No quería hacer daño.
Pero tampoco dejaba que nadie se le acercara de verdad.
3. El motor valiente
Aquí sí eliges.
No desde el dolor, ni desde el miedo.
Desde lo que sabes que necesitas.
Aunque duela. Aunque te desmonte. Aunque te quedes sin red.
Es lo que hizo Nuria el día que dejó de justificar su desánimo.
Y decidió que quería algo más.
No más amor. Más presencia. Más verdad.
No tienes que ser fuerte.
Ni seguro.
Ni tenerlo todo claro.
Pero si eliges desde el miedo, no eliges.
Solo postergas.
Qué pasa cuando eliges sin disfraz
No hay una decisión buena.
Ni una respuesta universal.
Ni un test que te diga lo que tienes que hacer.
Solo hay una forma de no seguir perdiéndote:
elegir sin disfraz.
A veces lo valiente es quedarse.
Y hablar lo que nunca se habla.
Y dejarse ver.
Y ceder en serio.
Y reconstruir algo que todavía tiene base.
A veces lo valiente es soltar.
Y dejar de explicar.
Y aguantar el dolor de perder.
Sin huir.
Sin justificar.
Pero lo que nunca es valiente…
es seguir como si nada.
Apagar el cuerpo.
Aguantar el ruido.
Postergar lo inevitable.
Esperar que un día, sin hacer nada, lo sientas distinto.
Eso no es amor.
Es anestesia.
Si ya sabes que no puedes seguir igual,
no te preguntes si vale la pena dejarlo.
Pregúntate cuánto tiempo más puedes vivir mintiéndote.
Una cosa es entenderlo. Otra es hacer algo con eso.
No vienes buscando claridad.
Vienes buscando una excusa para aguantar un poco más.
Pero si has llegado hasta aquí, ya no puedes fingir que no lo ves.
Un test no decide por ti.
Solo te muestra lo que ya sabías.
Lo que eliges ahora… es otra cosa.
¿Qué haces con esto que ya has visto?
Entonces nada cambia. Pero eso ya lo sabes.
Entonces cruza. Y salta.
→ Entrar al reto: Esto no es amor. Es miedo a saltar
Nueve saltos.
Cada uno te coloca en la escena que no quieres mirar.
Y no se sale con la cabeza.
Solo con una decisión que no disimule.
No hay orilla.
No hay resultado.
Solo lo que haces cuando no puedes seguir fingiendo.
Si decides moverte, esto es lo que hago.
Hay un tramo.
Tres semanas intensas.
Tres sesiones sin reloj, por videollamada.
Y entre ellas sigo ahí —por WhatsApp.
Lo que te coloca en tu sitio ocurre entre una sesión y otra.
Este tramo sirve para una cosa:
salir del punto donde llevas tiempo atrapado.
En pareja o solo.
Según lo que tengas que mover.
Relaciones que duelen.
Lugares donde no cabes.
Rupturas que no se cierran.
Decisiones que aplazas.
Patrones que vuelven.
Si estás en ese punto, entra:
Tres Semanas de PresenciaExplora el Territorio Apego y Relaciones
No todo lo que lees termina en ti ↓
Copiar enlaceDecisiones no tomadas
Un canal por email sobre el peso de decidir,
de no decidir, y de actuar desde el miedo o desde la valentía.
Saber más →
Formas de moverse
Dos tramos. Según dónde estés.
> TRES SEMANAS DE PRESENCIA → cuando estás atrapado y necesitas decidir.
> SEGUIR EN PIE → cuando estás cayendo y necesitas no romperte.
→ Si ya nos conocemos. Sesiones. Lo que ya existe no empieza de cero.
Sobre este lugar
→ Quién soy
(No es una empresa. Hay una persona detrás. Aquí puedes ver quién.)
→ Contactar por WhatsApp (+34 659 88 12 63) / Email (voz@apegosposibles.com)
(Si no lo tienes claro, puedes escribir directo. No hay robots.)
→ Fuera del Mapa
(Si quieres entender mejor desde dónde se concibe Apegos Posibles.)
Territorios
Decisiones no tomadas
Un canal por email
sobre decisiones que no se toman cuando toca.
→ Apuntarse al canal
Otros contenidos
→ Terapia de pareja online
Posibles. Calle de las Higueras, 6. 28770. Colmenar Viejo. Madrid



